EPÍLOGO

 

 

            Hablar del futuro de la humanidad, de la Tierra, del universo se me antoja algo desconcertante cuando estamos asistiendo a situaciones verdaderamente dramáticas en el momento actual. En el momento que nos ha tocado vivir asistimos paralizados a odiseas perversas ocasionadas por los seres humanos; guerras, genocidios, hambrunas... Es verdad que la naturaleza provoca a menudo tragedias humanas como las que estos días hemos vivido en Afganistán, la India, Paquistán o Guatemala, en estos casos sólo cabe prestar ayuda a los perjudicados con la máxima celeridad. Sin embargo, en otras ocasiones los padecimientos no son debidos a causas naturales, sino resultado de torpes políticas humanas y es lamentable que la respuesta no sea igualmente urgente y solidaria. Somos responsables al asistir impertérritos a estos hechos, actuando como si estas tragedias humanas fueran tan inevitables como los tsunamis, las lluvias torrenciales o los gigantescos terremotos. Guardamos silencio sin querer reconocer que los recursos necesarios para paliar los sufrimientos están a nuestro alcance, pero los dedicamos a otros fines más irracionales y egoístas.

 

            Es necesario que Estados y organizaciones internacionales establezcan un orden mundial más sensible con la quejumbre de los globalizados. Que tomemos conciencia que la pobreza, el sufrimiento o la injusticia que aquejan a cualquier otro ser humano afrenta a cada uno de nosotros. Que seamos conscientes de que el trato vejatorio, el viaje  hacia ninguna parte que observamos, no sólo lo están imponiendo unas autoridades concretas, sino que éstas son meros  brazos ejecutores del egoísmo de los poderosos y del ominoso silencio de todos nosotros.

 

 

¿SEXTA GRAN EXTINCIÓN?

 

 

            Por otra parte, puede que estemos asistiendo en lo que se ha dado en llamar la “sexta gran extinción” y ello es posible si redefinimos la civilización como el derecho de los humanos a destruir la autorregenadora diversidad de la naturaleza; el derecho de los fuertes a anexionarse los territorios de los débiles, el derecho a enviar a otros, resultado del proceso evolutivo, al paredón de la extinción. Y todo ello en nombre del Progreso.

 

            Hemos cambiado de tal manera nuestro entorno natural que ya no podemos vivir en él, nos hemos hecho dependiente de nuestro mundo de metal, plástico y cristales, donde la energía nos proporciona calor, protección y seguridad, pero para conseguirlo estamos destrozando el mundo. Nos hemos convertido en un vector de extinción tan devastador como lo pudieron ser la deriva de los continentes o el impacto de los meteoritos, pero estamos haciéndolo con una velocidad miles de veces superior y ya hemos visto que la vida necesita tiempo para poder absorber los cambios. Un tiempo geológico, o lo que es lo mismo, muchísimo tiempo.

 

            Las consecuencias de nuestras acciones se han convertido en problemas ecológicos globales. Aramos zonas vírgenes, suelos arrastrados por el agua o los vientos; se "urbanizan" grandes extensiones de tierras productivas; los desiertos crecen, se talan bosques, millones de especies pierden su hábitat; en los océanos devastamos pesquerías, envenenamos los mares, usamos los cielos como basureros, alteramos el equilibrio del dióxido de carbono...

 

            De esta manera, defender la diversidad cultural equivale para la especie humana a lo que la biodiversidad para la naturaleza. Diversidades ambas que están hoy amenazadas por los fundamentalismos globalizadores: religiosos, políticos, y, sobre todo, mercantilista. Por el mercado y por los otros poderes que dominan o tratan de dominar la sociedad: el poder del Estado y el poder de las religiones autodenominadas universales.

 

            Defender la diversidad no significa, en modo alguno, apuntarse a ningún relativismo extremo ni defender en bloque el contenido de ninguna cultura específica. Defender la diversidad cultural es oponerse a la uniformización cultural forzada desde los intereses de quienes poseen el poder económico, político o religioso. Quiere decir reconocer a los otros -a quienes definimos como otros por su etnicidad, por su género, por su orientación sexual, por su edad, por religión o ideología- como otros, sin forzarlos a una asimilación que casi nunca consigue los objetivos pretendidos, reconociéndoles, a la vez, iguales derechos que a nosotros; tratar de entenderlos y ponernos en su lugar y orientarnos hacia la interculturalidad, sabiendo que ésta sólo será posible eliminando no sólo las exclusiones y desigualdades sociales sino también los prejuicios y estereotipos raciales, étnicos, sexistas o religiosos, que no son simple consecuencia de la desigualdad económica.

 

            Estamos llegando a una crisis generalizada de la Humanidad y cambiando el habitat de la Tierra y los primeros indicios surgen donde menos se esperan. Las especies se extinguen con una rapidez como nunca antes se había conocido en la historia de la Tierra. A un ritmo 10.000 veces superior a la velocidad con la que surgen nuevas especies. Somos los causantes, por lo menos en parte, de la sexta extinción masiva. Una extinción que se está produciendo aquí y ahora.

 

            Los científicos calculan que en los próximos 100 años, la mitad de todos los seres vivos del planeta estarán en peligro de extinción. Un periodo inapreciable en la escala de las extinciones, en donde el tiempo se mide en millones de años. Estamos comenzando a comprender la responsabilidad que supone ser una especie exterminadora. Pero, por suerte, el proceso aún es reversible. La inteligencia que nos hizo capaces de producir cambios a escala planetaria, la misma que nos permitió conquistar la tierra y hacernos dueños y señores de la naturaleza, puede conducirnos a enmendar nuestros brutales e inaceptables errores.

 

            Hoy son muchos los que han emprendido la tarea urgente de dar marcha atrás al proceso de extinción que hemos provocado. Vivimos en un planeta mágico, marcado por el don de la vida y aunque nos creamos tan importantes y poderosos, visto de forma global con la perspectiva de millones de años, no somos más que una especie loca y efímera que se está saltando todas las reglas.

 

            La Tierra ya ha soportado cambios similares a los que estamos provocando, extinciones masivas que hicieron desaparecer hasta el 95% de todas las especies. Ella, por tanto, sobrevivirá a todos esto deterioros alarmantes y la vida, con seguridad, volverá a la Tierra. Pero si no somos capaces de evitarlo, nuestra especie como los dinosaurios, los tigres marsupiales y los ictosaurios, serán tan sólo un recuerdo insignificante en la larga historia del planeta Tierra.

 

            Pudiera ser que no sólo, o principalmente, se tratara de no provocar esta situación, sino más bien de comprenderla y controlarla. Pudiera ser que no fuéramos los principales causantes de desastres atmosféricos como la reducción de la capa de ozono o el llamada “efecto invernadero”, pero ello no nos eximiría de preverlos y controlarlos en un futuro. Lo que está claro es que no debemos, ni podemos, favorecerlos ni precipitarlos:

 

            Según los cosmólogos Coran Randall y  L. Boulder, El país, 16/03/05, la concentración de gases de óxido de nitrógeno y dióxido de nitrógeno en la alta atmósfera subió en la primavera de 2004 hasta el nivel más alto registrado al menos en dos décadas. Provocó la reducción del ozono hasta un 60% a unos 40 Km. de altura. Esta reducción fue completamente inesperada. El aumento de estos gases se formó tras el bombardeo masivo de partículas altamente energéticas, emitidas por el sol. Dos procesos naturales son los responsables de ello: Las tormentas solares registradas y los fenómenos meteorológicos en la alta atmósfera. El año pasado  se registró la mayor pérdida de ozono en la capa alta estratosférica de la atmósfera registrada hasta ahora en el hemisferio Norte. Y las causas no son siempre imputables a los seres humanos.

 

            Según Carlos Duarte, del CSIC, el clima característico del norte de África podría desplazarse y terminar dominando la Península Ibérica debido al cambio climático.

Science alerta de la excesiva vulnerabilidad de la península Ibérica y el Mediterráneo a causa del cambio climático. Esta vulnerabilidad se debe a su "transición climática" por su ubicación entre el norte de África y el resto de Europa, con un clima atlántico. Es posible un desplazamiento de la zona climática del sur hacia el norte, es decir, que el clima característico del norte de África, el Sahara, acabe dominando en la península Ibérica.

 

            El efecto nocivo del cambio climático es motivado en su mayor parte por las emisiones de CO2. Incluso si se detuviera el incremento, o se suprimiera la totalidad, de dióxido de carbono emitido a la atmósfera por la actividad industrial humana, seguirían surgiendo efectos dañinos, ya que existe una enorme cantidad de CO2 retenida en los océanos que se puede volver a poner en circulación.

 

            La cantidad de CO2 retenida bajo los fondos marinos es prácticamente la mitad de todo lo emitido desde la revolución industrial. Según el profesor Duarte, los ritmos de circulación natural del mar en algún momento pondrán en contacto esas aguas con la atmósfera, y el dióxido de carbono volverá a su lugar de origen, "como si fuera una rueda, ya que existen unos tiempos característicos de ventilación de los océanos, del orden de algunas décadas". La consecuencias del retorno de este dióxido de carbono a la atmósfera, almacenado "bajo la alfombra" de los océanos son las ya previstas de aumento de temperaturas.

 

            La larga sombra proyectada en el epígrafe anterior, tiene respuesta en la teoría Gaia de Lovelock: Gaia ha salido beneficiada de sus convulsiones periódicas. Las crisis pueden generar adelantos, siempre y cuando el ímpetu del cambio no se "dispare" hasta la catástrofe. Si podemos hacer frente a la crisis, Gaia podría avanzar hacia un periodo de desarrollo sin precedentes. Si, a pesar de todo, fracasamos, el Homo Sapiens podría verse descartado como un callejón evolutivo sin salida.

 

 

CUERPOS ELÉCTRICOS

 

 

            Por otra parte, vuelve a ser desconcertante, el constatar que amanece una nueva e insólita era. Una nueva era de inventos revolucionarios: torsos cableados, cerebros con microprocesadores implantados, criaturas de silicio y acero: Cybors y Androides.

 

            Los seres humanos se asemejan cada vez más  a las máquinas y los artefactos se humanizan. La frontera entre la Biología y la Tecnología comienzan a desdibujarse. Quizás estemos inventando el futuro de nuestra especie.

 

            ¿Puede que el conocimiento de los mecanismos vitales y el desarrollo de la Biotecnología nos conduzcan a una evolución dirigida de la especie? Es posible, lo cual puede ser muy importante para el hombre. Sin embargo, existiría el peligro de dependencia de la voluntad de unos pocos hombres. Hay que tener confianza en la inteligencia y la ética humana.

 

            Es posible, pues, que el hombre, actuando como un ser inteligente y consciente de estos principios generales de evolución, llegue a reconocer que tiene que asociarse para dar lugar a la formación de organismos que vayan más allá de los puramente orgánico y que siguiendo los caminos de la evolución basados en la cooperación celular y aplicando los conocimientos que se obtienen de las ciencias para el bien común de la existencia humana, evolucione a un nivel más alto, hacia un ser mucho más evolucionado.

 

            Alterar el curso de la evolución humana y rediseñar la especie; por ejemplo, para viajar en el espacio, con torsos cableados y bacterias atómicas bajo la piel. Un híbrido entre hombre y máquina. Un hombre artificial diseñado ex profeso para internarse entre el humo y las llamas. Trabajar en las centrales nucleares o en las tareas domésticas.

 

            Más allá de lo humano. Imaginemos el día en el que las máquinas caminen entre nosotros, expresando sus sentimientos, emociones, reivindicando sus derechos. Hoy en día las dotamos de inteligencia, quizás, algún día las dotaremos de vida a estas criaturas de silicio y acero. La línea divisoria entre el hombre y la máquina comienza a dejar de ser lo que era. Hay que recordar “Un mundo feliz” de Huxley.

 

            Un humanoide que supere incluso a nuestras capacidades. Ese futuro ya se vislumbra. Un momento en el que la ciencia ficción se hace realidad y los sueños de los niños se cumplen.

 

            11 millones de personas ya han sido trasplantadas. Los procesadores de silicio son, cada vez, más diminutos y potentes. Se le están incorporando sensores biológicos, electrodos, receptores de radio, dispositivos conectados directamente a los sentidos en los que las señales penetran en lo más profundo del cerebro.

            El afán de replicarnos y de camino comprendernos es un paso o deseo muy antiguo en el ser humano. Pero claro, la fe en el hombre se puede tambalear cuando se sabe que la palabra “robótica”, oriunda del checo, significa “esclavo”.